Quién soy

«tuve que aprender para comprender todo lo que tenía que desaprender»

El mundo del pensamiento es el único que conocemos. Yo pensaba que  pensaba, y trataba de pensar más y mejor para que de ese modo mi pensar no penara. Estudiaba psicología y corrientes filosóficas, religiones, promulgadores de la verdad para aprender a pensar en qué pensaba y porqué. Leía y escuchaba a otras mentes pensantes para así atiborrarme de más pensamiento. Más pensamiento respondiendo a la impulsividad de estar deseando siempre algo más: más estudios, más clases, más cursos, más títulos, más para que el desesperado deseo nunca fuese complacido. Más pensamiento al pensamiento silente primario de que no somos suficientes, que carecemos, que hay error ­­—o pecado— en nosotros y por ello hemos de, tenemos que, anhelamos más, sin fin, sin descanso pero sí desconsolados.

 

La eterna añoranza a la inquietud interna de porqué estoy aquí, para qué, de dónde he venido; es decir ¿quién soy? sin saber ni si quiera qué soy, algo que a todos nos masculla desde lo profundo de nuestra mente. Resolver el misterio en el mismo nivel que el misterio es creado: el pensamiento.

Descartes sentenció «pienso, luego existo» y derivó en el racionalismo para así seguir alimentando una quimera y desorbitar al pensamiento tanto como para que forme el eje de nuestra vida, de la propia experiencia de vida desde el pensar y no desde sí misma.

 

Si me has leído hasta aquí verás que no me he presentado, porque antes que nada quería que conocieses lo que no es  yo material, con el que nos identificamos y tomamos como única referencia a nuestra identidad.

 

Ahora sí: mi nombre es  Manuel Cuevas Matilla. Mi formación es la Psicología, el desarrollo personal, el mindfulness y la terapia sistémica y transpersonal, entre otras; pero yo no soy mis títulos ni mis credenciales, puestas por el aval de otros. Así como tampoco soy mis pensamientos, de hecho, es justo eso lo que no soy.

 

Dice el Taoísmo: «todos los radios de la rueda convergen en el mismo centro», así que adorar al radio es quedarse en él y no descubrir el centro desde dónde se mantiene, que hace girar la rueda y crea todo movimiento y en sí mismo carece de él. Ese centro Soy, y ese centro Eres. En ese centro está en todo,  crea el movimiento y las formas no teniendo en sí ni movimiento ni forma, sino quietud e invisibilidad para los ojos del movimiento. “Lo esencial es invisible a los ojos” promulgó Antoine de Saint-Exupéry. Y sin reconocimiento de lo esencial, del eje, todo es movimiento, todo cambiante, todo circunstancial y por tanto de-mente. Un estado que tiránicamente ha logrado apoderarse de la humanidad manteniendo la separación onírica con el eje, con lo esencial.

 

Este desamparo es el causante de nuestro estado latente interior de sentirnos escasos, insuficientes, y por tanto de ser más, anhelar más, tener más, conquistar, lograr y tomar para paliar la sensación de soy poco, soy escaso.

 

Cuando acompaño a mis semejantes que la vida trae a consulta me maravillo cuando conectamos con la inmensidad eterna e inagotable de la abundancia que nos rodea, y desde el eje el sufrimiento no es, y se produce el milagro de la sanación. Y resulta maravilloso comprender cómo en la pobreza que creemos ser habita una gran riqueza, que apuntaba el Maestro Jesús.

 

En las distintas actividades que van sucediéndome sean acompañamientos terapéuticos, cursos, talleres o encuentros sucede que voy aprendiendo justo aquello que enseño, y es que es enseñando como se aprende y no pensando; así como es dando cuando se recibe y no atesorando. Por ello mi vocación no es enseñar o demostrar nada, sino aprender y sostener para sentirme sostenidoes