La sensación periférica de que el mundo es lo que nos rodea es la mayor visión que todos tenemos sobre el vivir. Aquello que percibimos que nos surge en nuestras percepciones, que no son más que el valor de las circunstancias que valoramos que nos suceden, conforman nuestro comprender de la vida que nos sucede. En psicología se comprende como las influencias del entorno y cómo nosotros somos capaces de interpretarlas, dando sentido con ello a nuestra vida. En definitiva se trata de que valorar lo que nos acontece a nuestro alrededor y desde ahí valorarnos conforme al juicio que podemos dar a ello. Lo interesante es cuestionarse si verdaderamente esto es cierto, y por tanto aquello que nos acontece, de forma desmarcada y fuera de nuestra capacidad de acción, es lo relevante que nos acucia o por el contrario nos sucede aquello que se forja en nuestro interior profundo, miedos, limitaciones, desmerecimiento o juicios (sean propios o ajenos).
Desde la noche de los tiempos se nos ha enseñado que el entorno es lo ajeno, y que ello produce en nosotros el bienestar o sufrimiento. Cabría analizar con ello el ímpetu del bebé o el niño inocente y cómo se desarrolla espontáneamente con su entorno. Quizás veamos en estos ejemplos que la inocencia deja espacio para experimentar sin la creencia incrustada que aquello que nos sucede nos condiciona, y por tanto contiene la autoridad de cómo nos sentimos en la vida.
Igual investigando si aquello que nos sucede nos es más que una cuestión de interpretaciones abocadas a nuestro comprender que hay algo superior que nos gobierna, que hay leyes o dogmas deidades ajenos a nosotros que nos superan, y somos meros actores de ese guión. O por el contrario que hay una forma adecuada de actuar que no se descubre que ha de ser descubierta para el acierto de la prosperidad y felicidad.
Retumban generaciones, civilizaciones y toda la historia y sociología humana para comprender la desidia del ser humano en contraste con la felicidad que tratan lograr de su entorno.
El descubrimiento sería comprender si el entorno conforma lo ajeno en nosotros, o por el contrario no es más que una forma de expresión de lo particular y colectivo. Haría falta tomar la distancia y disciplina suficiente si no hemos equivocado causa y efecto, y por ello en dónde vemos causa nos culpamos y penamos; o en dónde vemos efecto nos perdemos.
Cabría ponerse en ello, porque de otro modo este vivir no se entiende.