Experimentamos únicamente aquello en lo que creemos.

 

 

No podemos experimentar más allá de lo que creemos.

Las creencias es la acumulación de cómo hemos podido gestionar nuestras experiencias vitales.

Desde nuestra infancia, que es en dónde más se marcan, hasta nuestro hoy vivimos aquello que aguardamos en nuestro interior. No es posible vivir algo ajeno que hay en nosotros. No lo es porque únicamente somos capaces de experimentar lo que nos sucede adentro. Sin embargo nuestra visión de la vida es lo que nos sucede afuera, las cosas y causas que de afuera experimentamos, olvidándonos que la causa real está dentro nuestra, acumulada y no descubierta, aún.

 

El descubrimiento de esa causa es lo que lleva sucediéndome desde casi toda mi vida.

Recuerdo de niño preguntarme muy a menudo: ¿Qué era yo cuando mis hermanos y familia estaban y yo aún no había nacido? ¿Por qué ellos eran antes y yo no?

 

De manera muy silenciosa me preguntaba sin hallar la misteriosa respuesta.

Y viví, tal como vivimos los humanos. Estudié, trabajé, me uní. Y no hallé, no hubo respuesta en la búsqueda de esa respuesta sobre lo que se suponía que era vivir y lograr. Y luego fracasé, no tanto por no hallar la respuesta, sino que como respuesta la vida es cíclica, impermanente. Y ese vacío interior que se nos muestra de tanto en tanto con mayor énfasis me mostró el inicio del reconocimiento de la respuesta.

 

Y sigo en ello. Sigo comprendiendo y atendiendo lo que Soy, mi causa interna que se expresa en mi experiencia de vida. Mis creencias que mantenía ocultas y que eran las responsables de mis experiencias vitales.

 

Voy aprendiendo que ocupé un lugar concreto en la vida, y descubrirme en ese lugar, en mi posición y mi sistema vital ha sido el parangón del que aún me maravillo, despertando a mi Realidad íntima.

 

Vivir el futuro, crearlo en confianza y alegría sigue siendo mi ímpetu de vida. En ello descubrí el engaño del sacrificio, al que siempre reclamaba, porque creía que con él lograría la felicidad y la calma. Creía también que toda forma de sacrificio acarreaba una garantía para el logro, pero cada vez que ponía más énfasis en él, más agotado y triste me sentía. He ido descubriendo —y aún lo hago— el escaso valor que nos damos a nosotros mismos, siempre con pensamientos, sensaciones y percepciones que nos alejan de la abundancia que habita en nuestro interior.

Cada día nace nuevo, en cada instante la vida que me asiste se manifiesta, aunque la mayoría de esos eternos instantes quedan cegados por mi mente. Pero la vida no es mi ceguera particular, ella permite que eso también me habite, pero no es eso, es la plenitud que da el sostenido abrazo de todo lo que me acontece, y cuando me mezco en ella cualquier forma de sacrificio, cualquier clase de inquietud queda desvanecida por sus inconmensurable bondad.

Lo que soy es como una minúscula llama perpetua en mi interior, cuya luz no puede ser apagada por nada ni nadie, y sin embargo en su aparente pequeñez es capaz de hacer arder cualquier forma de desasosiego transmutándola en luz.